lunes, 14 de mayo de 2012

Martin Bossi , el actor En su laberinto

Matín Bossi, el actor en su laberinto

Martín Bossi pasó por Córdoba con "El impostor apasionado", una batalla teatral en la que su galería de personajes pugna por salir a escena.

Martín Bossi en su interpretación de Luis Miguel. Foto: Pedro Castillo/La Voz.
Martín Bossi en su interpretación de Luis Miguel. Foto: Pedro Castillo/La Voz.
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  • Por Cristina Aizpeolea 13/05/2012 11:04
    No tuvimos en Córdoba la posibilidad de ver a Martín Bossi en M, el impostor, aquel primer espectáculo que durante 2010 lo consagró como un actor que trascendía los personajes alumbrados en ShowMatch y que se valía de esas y otras imitaciones impecables sólo como una excusa para la expresión. En El impostor apasionado, que presentó dos funciones en Quality Espacio (donde para llevarse una experiencia completa conviene evitar las sillas de los costados), Bossi se reafirma en el camino del gran animador y lo hace con un music hall de dos horas, acompañado por una banda en vivo, un cuerpo de bailarines y cantantes, y un sólido abanico de recursos técnicos.
    Este impostor es el resultado de una búsqueda sentida que nace de un pequeño Martín vestido de El Zorro que, lejos de convencer con el personaje a sus amiguitas, termina incinerado en su disfraz.
    Perseguido y casi hostigado por su profesora de teatro (una Vivian Jaber entre prusiana y soviética que le reclama cada vez más entrega y menos máscaras), Martín Bossi va recorriendo en vivo su propio laberinto para entregarse con pasión a una galería de personajes. A veces más dolorosas, a veces más festivas, estas transformaciones convencen y conmueven, aunque por momentos el espectáculo camine por el riesgoso filo de repetirse y volverse circular.
    Bossi canta, baila, se reinventa, disfruta de una fiesta a su medida y llena el escenario con sus criaturas. Porque hay imitación, pero tambièn hay intención, opinión y talento. Hay canciones, monólogos, cruces y una puesta que matiza números musicales con 20 personas en escena con el momento intimista del maquillaje, y la ceremonia sirve para repasar con algunos tics a los mediáticos del momento.
    La pelea entre Joaquín Sabina y Fito Páez, iniciada desde un triple juego de pantallas y concretada luego en escena, es uno de los momentos más altos del espectáculo.
    "¡Esto es una batalla de egos!", lo reta sin embargo su severa profesora de teatro, reclamándole más. Y allí nacerán nuevas criaturas. Un magistral Andrés Calamaro (desorientado y gentil, sexy y barrigón, que llega medio encandilado y saluda al público con un "Buenas noches, Perú"), o el Charly García que surge frente al público desde el interior mismo de Andrés y que es otra celebración cuando ofrece su misa de rock y pasión con toda la liturgia de un dios.
    La entrega de Bossi es hasta la extenuación y el público lo festeja y lo agradece. Igual que él, que ya liberado de un Sandro despojado, se despide del público hasta la próxima. "Amo profundamente actuar. Gracias por dejarme jugar", dice. Y se cierra el telón.

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